LA MUERTE ANDA EN EL AIRE
Es de noche. El día ha sido largo, cargado de inminencias, soledad, locura y muerte. Me dicen que debo ser optimista, no claudicar, tener esperanza, inventar un sol, abrir mi corazón y entregarme a los otros con espíritu inocente, con mente limpia…; pero un manto oscuro ahoga la luz y me deja exangüe, mudo, obliterado. Quiero alzarme y volver al frente de batalla, pero están las alambradas de la desconfianza, el campo minado de mezquindades, los francotiradores de la mentira, los escuadrones del oportunismo, la camarilla de los calculadores políticos, los lobos, los ególatras inconfesos, los amantes del pódium y las medallas: repartidores todos de la muerte.
Pero me dicen que me calle, que no hable así, que hay que ser positivo, que hay que tolerarlo todo; que esas ideas dividen, inmovilizan, que son propias de un traidor…; y un enjambre de condenas nubla el aire que respiro. Debo hablar bajito, susurrar apenas, reconocer que no soy puro: que fallo; que yo también, a veces, desconfío, pero no mato al compañero; que le pregunto directo, pero no arrastro su nombre por las calles. La muerte hace otro guiño y brincan en su nata de pureza viejos camaradas. Debo quedarme quieto, no alterarles. Debo ser bueno y no irritarles. La muerte brilla en ojos cercanos.
¡Con cuánto escombro puede cubrirse el sol en un año!: huesos, sangre, dolor, desengaño, golpes, golpes. Merecíamos la luz, pero compramos sombra y repartimos muerte: cada vez que escribimos la nota de duelo y la engavetamos junto a los dolientes; cada vez que pensamos con la mezquindad del “yo”, antes que en la generosidad del “nosotros”; cada vez que disfrazamos de beligerancia nuestros afanes protagónicos; cada vez que decimos: “nosotras, nosotros, fuimos los primeros…” en lugar de valorar la suma de las voluntades encaminadas al futuro; cada vez que secretamente calculamos el beneficio personal ulterior, sin importar los daños al conjunto; cada vez que hacemos el movimiento político de piezas fuera de la realidad del pueblo; cada vez que atendemos el hecho de muerte consumado, pero no evitamos el siguiente; cada vez que predicamos la necesidad de refundar la patria, pero cercamos el latifundio de nuestro pensamiento basto y viciado ¿Sabe usted de lo que hablo? ¡No lo diga en voz alta! Asienta nada más con la cabeza, porque pueden escucharnos; podríamos quedarnos afuera, en la intemperie.
No es que el sol se haya apagado, que no esté ahí aún, al alcance de las manos; es que exhalamos noche y nos conformamos con las bombillas de ricos boulevares; es que nos falta arrojo para herir al tirano, pero nos sobran piedras para lapidar al hermano; es que de todos los dolores, el propio resulta superior; es que para lejanos, con la izquierda endebles panegíricos redactamos, mientras la derecha hace locuaces diatribas para el hermano. Por favor, no me diga usted que oscurantismo, esto que pienso, se llama. Podemos juntos descombrar la mañana.
Al comenzar, iba a hablar del año que después del golpe ha pasado, de la emoción justa colectivizada, de la acción popular en la que avanzamos, de la utopía, del sol que intentamos levantar con nuestras manos; quise escribir la tristeza de recordar a Isy Obed Murillo desmadejado en sangre, asesinado; del camarada Oscar Padilla, de la mano franca y el pensamiento claro y la mirada sabia de Luis Morel, de Wendy Ávila y de todos los compañeros y compañeras que la muerte nos ha arrebatado; quise decir que la muerte anda en el aire, pensando en las múltiples maneras en que policías, militares, paramilitares, dictadores, lobos, enfermedades y otras “manifestaciones” letales nos han quitado físicamente a tantos compañeros y compañeras de lucha; pero otra verdad mortal puso en mi hombro su mano helada: no puede refundarse la patria si a nosotros mismos no nos refundamos. No se puede reconstruir la casa sobre los viejos cimientos carcomidos de nuestras mezquindades, de nuestras cruzadas personales, de nuestros sectarismos, de nuestro cultivado sentido de exclusividad, privilegios personales, individualismo, vedetismo, desamor, ingenuidad (que no inocencia) o taimadez política, insolaridad y toda la podrida sombra que impide que la luz aumente su intensidad y radio hasta el horizonte que buscamos. Y, aunque incómoda, también decir esta verdad puede ser homenaje para quienes tanto lucharon con la transparencia de sus pensamientos y sus actos y hoy nos llenan de luto el alma.
Estoy seguro que ninguna, ninguno, de nuestros mártires luchó tan sólo para ganarse este o cualquier otro homenaje, ninguna nota de duelo, ninguna empañada vitrina por las lágrimas de los que quedamos, ningún pretendido poema en letras minúsculas y con la firma en bronce, ninguna parcela de tierra en la que sólo habitan los gusanos bajo flores de plástico, ni por provocar esta nota o sus respuestas; ninguno, ninguna, luchó por tales detritus, sino por una patria liberada en la que hombres y mujeres, vivos al fin, nos despojáramos de nuestra vieja piel para salir al sol que juntos inventamos.
Sí, podemos juntos descombrar el mañana; pero hoy, permítanme sin tanto agravio estas cuántas palabras que digo a ustedes en voz baja para que no las escuche el aire.
S. Trigueros
Tegucigalpa, 05 de julio de 2010.
Samuel Trigueros
...........................
" ... y me he quedado quieto, adentro de mì mismo,
cuando la desconfianza arrecia y arde mi corazòn
como un auto desmantelado en medio de la noche"
Gracias Honduras En Lucha
Es de noche. El día ha sido largo, cargado de inminencias, soledad, locura y muerte. Me dicen que debo ser optimista, no claudicar, tener esperanza, inventar un sol, abrir mi corazón y entregarme a los otros con espíritu inocente, con mente limpia…; pero un manto oscuro ahoga la luz y me deja exangüe, mudo, obliterado. Quiero alzarme y volver al frente de batalla, pero están las alambradas de la desconfianza, el campo minado de mezquindades, los francotiradores de la mentira, los escuadrones del oportunismo, la camarilla de los calculadores políticos, los lobos, los ególatras inconfesos, los amantes del pódium y las medallas: repartidores todos de la muerte.
Pero me dicen que me calle, que no hable así, que hay que ser positivo, que hay que tolerarlo todo; que esas ideas dividen, inmovilizan, que son propias de un traidor…; y un enjambre de condenas nubla el aire que respiro. Debo hablar bajito, susurrar apenas, reconocer que no soy puro: que fallo; que yo también, a veces, desconfío, pero no mato al compañero; que le pregunto directo, pero no arrastro su nombre por las calles. La muerte hace otro guiño y brincan en su nata de pureza viejos camaradas. Debo quedarme quieto, no alterarles. Debo ser bueno y no irritarles. La muerte brilla en ojos cercanos.
¡Con cuánto escombro puede cubrirse el sol en un año!: huesos, sangre, dolor, desengaño, golpes, golpes. Merecíamos la luz, pero compramos sombra y repartimos muerte: cada vez que escribimos la nota de duelo y la engavetamos junto a los dolientes; cada vez que pensamos con la mezquindad del “yo”, antes que en la generosidad del “nosotros”; cada vez que disfrazamos de beligerancia nuestros afanes protagónicos; cada vez que decimos: “nosotras, nosotros, fuimos los primeros…” en lugar de valorar la suma de las voluntades encaminadas al futuro; cada vez que secretamente calculamos el beneficio personal ulterior, sin importar los daños al conjunto; cada vez que hacemos el movimiento político de piezas fuera de la realidad del pueblo; cada vez que atendemos el hecho de muerte consumado, pero no evitamos el siguiente; cada vez que predicamos la necesidad de refundar la patria, pero cercamos el latifundio de nuestro pensamiento basto y viciado ¿Sabe usted de lo que hablo? ¡No lo diga en voz alta! Asienta nada más con la cabeza, porque pueden escucharnos; podríamos quedarnos afuera, en la intemperie.
No es que el sol se haya apagado, que no esté ahí aún, al alcance de las manos; es que exhalamos noche y nos conformamos con las bombillas de ricos boulevares; es que nos falta arrojo para herir al tirano, pero nos sobran piedras para lapidar al hermano; es que de todos los dolores, el propio resulta superior; es que para lejanos, con la izquierda endebles panegíricos redactamos, mientras la derecha hace locuaces diatribas para el hermano. Por favor, no me diga usted que oscurantismo, esto que pienso, se llama. Podemos juntos descombrar la mañana.
Al comenzar, iba a hablar del año que después del golpe ha pasado, de la emoción justa colectivizada, de la acción popular en la que avanzamos, de la utopía, del sol que intentamos levantar con nuestras manos; quise escribir la tristeza de recordar a Isy Obed Murillo desmadejado en sangre, asesinado; del camarada Oscar Padilla, de la mano franca y el pensamiento claro y la mirada sabia de Luis Morel, de Wendy Ávila y de todos los compañeros y compañeras que la muerte nos ha arrebatado; quise decir que la muerte anda en el aire, pensando en las múltiples maneras en que policías, militares, paramilitares, dictadores, lobos, enfermedades y otras “manifestaciones” letales nos han quitado físicamente a tantos compañeros y compañeras de lucha; pero otra verdad mortal puso en mi hombro su mano helada: no puede refundarse la patria si a nosotros mismos no nos refundamos. No se puede reconstruir la casa sobre los viejos cimientos carcomidos de nuestras mezquindades, de nuestras cruzadas personales, de nuestros sectarismos, de nuestro cultivado sentido de exclusividad, privilegios personales, individualismo, vedetismo, desamor, ingenuidad (que no inocencia) o taimadez política, insolaridad y toda la podrida sombra que impide que la luz aumente su intensidad y radio hasta el horizonte que buscamos. Y, aunque incómoda, también decir esta verdad puede ser homenaje para quienes tanto lucharon con la transparencia de sus pensamientos y sus actos y hoy nos llenan de luto el alma.
Estoy seguro que ninguna, ninguno, de nuestros mártires luchó tan sólo para ganarse este o cualquier otro homenaje, ninguna nota de duelo, ninguna empañada vitrina por las lágrimas de los que quedamos, ningún pretendido poema en letras minúsculas y con la firma en bronce, ninguna parcela de tierra en la que sólo habitan los gusanos bajo flores de plástico, ni por provocar esta nota o sus respuestas; ninguno, ninguna, luchó por tales detritus, sino por una patria liberada en la que hombres y mujeres, vivos al fin, nos despojáramos de nuestra vieja piel para salir al sol que juntos inventamos.
Sí, podemos juntos descombrar el mañana; pero hoy, permítanme sin tanto agravio estas cuántas palabras que digo a ustedes en voz baja para que no las escuche el aire.
S. Trigueros
Tegucigalpa, 05 de julio de 2010.
Samuel Trigueros
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" ... y me he quedado quieto, adentro de mì mismo,
cuando la desconfianza arrecia y arde mi corazòn
como un auto desmantelado en medio de la noche"
Gracias Honduras En Lucha
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